miércoles, 24 de septiembre de 2008

La mujer de vestido negro

Era una noche de primavera, y la luna derramaba gotas plateadas sobre los techos bajos de la ciudad de los corazones pobres, yo caminaba silbando al olvido los penares que mancharon el pentágrama y el cigarrillo en mi mano se consumía.
No era un día fuera de lo común, las estrellas adornaban la inmensidad oscura, y los arboles se mecían en el dulce soplo del oeste, un sufrido obrero regresaba a su casa en bicicleta, y un perro le ladraba a su sombra. Caminé tres cuadras por Mendoza hasta llegar al kiosco de la mujer anciana, paré al sentir ese aroma, el del aire tenso y escuchar como los pálpitos se aceleraban mas y mas, comprendí ahí que solo faltaban unas pocas cuadras para llegar.
Con la brújula en el corazón, y a paso lento, marche nervioso ,como por una cornisa, hacia lo desconocido, pateando piedras, mientras en una radio oxidada, sonaba "adios nonino".
En la esquina de Rioja y Lima, el lugar pactado, me estaba esperando, le pedí disculpas por la demora,
- Llegue tarde del trabajo- justifique
- No importa, el tiempo nos sobrara- respondió con una sonrisa.
Su vestido negro reflejaba cada lágrima de la luna, en su cuello colgaba de una cadena un corazón dorado, en sus ojos se podía ver el ultimo disparo del ocaso, era esa sonrisa el consuelo de paz que espere toda mi vida, sus labios mojados por el roció de medianoche, me hipnotizaban en cada movimiento y sus palabras eran la melodía perfecta que el músico nunca encuentra.
Baile hipnótico, durante horas, la danza que su boca me marcaba en el ritmo de dos cuartos que el corazón me dicta. Vi como en una película, imagenes proyectadas en sus ojos y el rojo fuego se ponía como paisaje del porvenir, recuerdo que lo único que pude decirle fue:
- Bailemos.
Y de fondo comencé a escuchar las notas del "libertango", fue entonces cuando la tomé de la cintura, y sentí que nuestros cuerpos se unían en uno y nos desplazábamos por todo el cosmos, opacando las estrellas, congelando al sol, y apagando a la luna. Pude darme cuenta que mi corazón ya no me pertenecía, sino que ahora era de esa mujer que viajaba por el espacio llevando consigo lo plateado de las lágrimas, que brillaba mas que los astros, y que quemaba mas que el fuego.
La pieza terminaba, cuando beso mis labios, secos por la soledad, y quebrados por el frió, sujeto mi mano y la llevo hasta su pecho, la mire a los ojos, ella miro los mios, sentí como su corazón se despedia y ella se alejaba de mis ojos.
Mire a mi alrededor y todo era como en sus ojos, todo era rojo y el calor de sus labios ahora era mi hoguera.

1 colgados:

'Pau dijo...

Me gustó la historia, eu.
¿De donde la sacaste?
No sé decirte, quedé medio :| después de leerla.
Es muy linda.
Un beso José.